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La artritis reumatoide es una enfermedad inflamatoria crónica y de naturaleza autoinmune que afecta principalmente a la membrana sinovial, tejido que recubre las articulaciones, causando dolor, inflamación, rigidez y pérdida de la función móvil de estas.
Esta dolencia se caracteriza por la afectación simétrica de las articulaciones, y se produce especialmente en las periféricas: manos, pies, tobillos, rodillas, hombros, codos y caderas.
A largo plazo, la inflamación articular puede provocar deformidad y pérdida de movilidad en las zonas afectadas, llegando a ser incapacitante en los casos más extremos. Asimismo, y cuando la enfermedad ya está avanzada, puede afectar a otros órganos y tejidos, como el corazón, los pulmones o la sangre.
Aunque se han detectado casos de artritis reumatoide en pacientes jóvenes, esta patología afecta de manera más frecuente a las mujeres y suele aparecer en adultos mayores. En España, esta enfermedad inflamatoria afecta ya al 0,5% de la población adulta, lo que equivale a más de 200.000 personas. Cada año se diagnostican, además, entre 10.000 y 20.000 casos.
La artritis reumatoide es de origen desconocido. Aunque no se trata de una enfermedad genética, se han descrito algunas variedades en los genes que pueden predisponer a padecerla. Existen, además, otros factores determinantes, como las infecciones (especialmente las bucales), el consumo de tabaco, el estrés, la obesidad o el tipo de alimentación.
La artritis reumatoide provoca dolor, hinchazón, enrojecimiento y aumento de la temperatura de las articulaciones afectadas. Además, puede haber rigidez y dificultad en el movimiento, especialmente a primera hora de la mañana o tras un largo período de reposo.
Por su afectación fuera de las articulaciones, esta enfermedad también puede presentarse acompañada de cansancio generalizado, sensación de malestar, fiebre ligera e inexplicable, inapetencia, debilidad muscular o pérdida de peso corporal.
A medida que evoluciona, suelen aparecer brotes sintomáticos, es decir, episodios que se producen de forma espontánea y en los que los síntomas se expresan con mayor intensidad. En ese período, las articulaciones se hinchan, provocando un aumento del dolor en la zona afectada. Por ello, el diagnóstico precoz cobra una especial importancia para iniciar un tratamiento en etapas tempranas de la enfermedad.
A largo plazo, la artritis reumatoide puede producir daños en huesos, ligamentos y tendones ubicados alrededor de la zona afectada, deformando progresivamente las articulaciones y reduciendo la movilidad articular. El dolor en estos casos suele ser constante a lo largo del día y se acentúa estando en reposo. En la mayoría de los casos, la rigidez que se produce tras estos períodos suele dificultar la movilidad del paciente.
Esta enfermedad inflamatoria de las articulaciones también puede ocasionar la aparición de nódulos reumatoides, conocidos como pequeños bultos en codos, dorso de los dedos de manos y pies, parte trasera de la cabeza y talón.
Otra de las complicaciones relacionada con la artritis reumatoide es la sequedad de la piel y las mucosas a causa del mal funcionamiento de las glándulas que producen las lágrimas, la saliva, los jugos digestivos y el flujo vaginal.
Aunque todavía no existe una prueba concreta que determine el padecimiento de la enfermedad, el diagnóstico lo realiza el reumatólogo en base a los antecedentes personales y familiares del paciente y los síntomas que presenta.
Así, tanto el interrogatorio médico inicial como la exploración física aportan datos relevantes al especialista, pero para avanzar en el proceso de diagnóstico son necesarias algunas pruebas complementarias, como un análisis de sangre y radiografías de la masa ósea afectada. Mediante la extracción de sangre, el reumatólogo puede evaluar qué parámetros están alterados, como la velocidad de la sedimentación globular, el estado de la proteína C reactiva y el factor reumatoide. En la exploración física, se detecta el estado de las articulaciones (más pronunciadas o con una temperatura más alta de lo habitual) y se observa la aparición de nódulos reumatoides.
En el caso de esta enfermedad, es de especial importancia que el diagnóstico se realice durante las etapas iniciales (diagnóstico precoz), ya que iniciar el tratamiento a tiempo ha demostrado mejoras substanciales en la calidad de vida del paciente.
Además de seguir las indicaciones del especialista en cuanto al tratamiento farmacológico, existen otras medidas que el paciente puede seguir y que le ayudarán a convivir mejor con la enfermedad: